viernes, 11 de abril de 2008

Zapatero, entre la ignorancia y la indignidad

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La noticia pone de relieve la indignidad de nuestro presidente en la negociación con la banda terrorista. No solo mintió a los españoles en lo referente a los tratos que mantenía con unos asesinos, sino que además, estuvo dispuesto a pagar un precio político por el abandono de las armas después de un atentado mortal. Y todo ello mientras se negaba , en el Parlamento, a que se le retirase la autorización para hacer tratos con esta gentuza.

Mientras tanto, en Europa, en el mundo, la política internacional brilla por su ausencia, mientras en algunos foros se indica que el Sr. Zapatero no saluda al Sr. Bush porque él es un político en alza que acaba de ganar unas elecciones y el presidente de los Estados Unidos, un hombre en el ocaso de su carrera. ¡Qué equivocados deben de estar el resto de dirigentes europeos, que formaron corrillo con George, mientras D. José Luis se dormía, solo, en su silla!.

Acertadamente pone varios ejemplos el Sr. Martín Prieto. El saludo al maniquí o a los novios, no tiene desperdicio:

La misantropía de Zapatero

MARTIN PRIETO


Todos hemos sentido alguna vez pánico escénico en una recepción; o porque no conocemos a nadie y es enojosa la autopresentación, o porque hemos llegado tarde y ya están hechos los corrillos a los que sólo puedes acceder sintiéndote intruso en las conversaciones ajenas. Para tales ocasiones está el coctail-flash por el que entras girando un círculo con la sonrisa puesta, y a buen paso vas dando enérgicamente la mano a todo lo que se mueve hasta salir a la calle por el otro lado, libre de la tensión de quedar mal. Siempre quedará una foto en la que estás agarrado efusivamente al codo de cualquier asistente.

Manuel Fraga entró a saludar en unos grandes almacenes, en frenesí electoral, y a la salida estrechó la mano de un maniquí que se le descabaló encima. José María de Areilza, ministro de Asuntos Exteriores en la Transición, tenía una reunión partidaria en un hotel a uno de cuyos salones acudió y empezó a repartir saludos entusiastas hasta que en su avance se encontró con los novios, dando media vuelta y entrando en el salón adecuado donde repitió el rito. Quedó bien con los recién casados y con sus correligionarios, porque el saber estar tiene más que ver con la gestualidad que con las palabras, y un mudo es más caballero que un charlatán.

La foto de Zapatero en la cumbre atlántica de Bucarest es patética y más los vídeos del deambulante. Ya le hemos visto así en anteriores ocasiones, siempre sin saber dónde ponerse. Esta misantropía diplomática se achaca a la falta de idiomas, salvo el propio que habla maltratando la gramática, y la sintaxis y la prosodia. José María Aznar no sabía idiomas y se convirtió en un pesado tormento, por su tozudez, para otros jefes de misión. El inglés lo aprendió cuando salió del Gobierno. Felipe González sólo hablaba andalú y fue la sal de muchas reuniones internacionales. El desconocimiento idiomático no impidió a Adolfo Suárez interesarse por la política internacional y hasta obsesionarse con el estrecho de Ormuz. Sólo Leopoldo Calvo Sotelo se desenvolvía en varios idiomas.

Lo de Zapatero es otra cosa: sólo está a gusto en Marruecos y su asunto favorito es el cambio climático. Aunque esté en el extranjero quiere cenar en casa con la familia, dejó con la mesa puesta a Tony Blair y suspendió a última hora viajes a Polonia, Rusia y Japón. Los desdenes de Bush son lo de menos porque ya es casi un pato cojo en el final de su mandato; lo que importa es que a este hombre no le gusta viajar ni discutir problemas internacionales. De otra forma cogería a Alonso, a Solana o a Moratinos y se zambulliría en el grupo que le da la espalda.

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